Acaba el partido. Hemos ganado otra vez. Y yo salgo de ese espacio de risas y gritos para irme a casa. Todo era ruido ahí dentro. Salgo y todo es silencio. Ando sola en silencio y muerta de frío. Y pienso que es fantástico andar sola, en silencio y muerta de frío por mis calles. No puedo parar de sonreír mientras noto cómo se me congela la nariz. Un paso más y noto que empiezo a no sentir los dedos de mis pies y me olvido.
Me pongo a pensar en las mentiras que nos componen, mentiras como una característica, como una forma de llevar los pantalones o el color que sueles llevar, la marca de tus mentiras, el color, el sabor, el sonido de las mentiras de uno.
Pensé que sería divertido preguntar por nuestras mentiras, mirar mentiras, saber cuáles son, quiénes son, cómo se llaman, qué forma tienen, si cojean de la pata derecha o izquierda. Las mentiras que uno tiene son casi también como las cartas con las que uno tiene que jugar en la vida, las mentiras que uno guarda y alimenta son como su carnet de identidad.
También pensé en mis mentiras, claro, mis mentiras… ahh mis mentiras, mis secretos, mis ausencias, mis silencios. Uffff, ¡qué frío! Y parece que con el frío las estrellas brillan más y me sonríen desde allá arriba. De camino a casa he visto a Venus, aquel lucero donde nos parábamos a hablar a escondidas durante horas, Hoy lo miro con las manos en los bolsillos y de vez en vez tocándome la nariz para calentarla.
Pensaba que mi estado de ánimo es una montaña rusa. De repente estoy arriba, de repente desciendo hacia mis sótanos particulares y no logro percibir más que una fría oscuridad que me absorbe. Justificaciones hay de sobra para que ese mecanismo montaña rusa suceda, pero no me gustan mucho las justificaciones, son unos bichos que no me gusta alimentar, parece que se roban comida por algún orificio de mi cuerpo.
Hace demasiado frío. Me voy. Venus me está esperando cuando me asomo al principio de mi calle. Allí está, como siempre dándome la bienvenida en mis regresos nocturnos con una gran sonrisa.
Me pongo a pensar en las mentiras que nos componen, mentiras como una característica, como una forma de llevar los pantalones o el color que sueles llevar, la marca de tus mentiras, el color, el sabor, el sonido de las mentiras de uno.
Pensé que sería divertido preguntar por nuestras mentiras, mirar mentiras, saber cuáles son, quiénes son, cómo se llaman, qué forma tienen, si cojean de la pata derecha o izquierda. Las mentiras que uno tiene son casi también como las cartas con las que uno tiene que jugar en la vida, las mentiras que uno guarda y alimenta son como su carnet de identidad.
También pensé en mis mentiras, claro, mis mentiras… ahh mis mentiras, mis secretos, mis ausencias, mis silencios. Uffff, ¡qué frío! Y parece que con el frío las estrellas brillan más y me sonríen desde allá arriba. De camino a casa he visto a Venus, aquel lucero donde nos parábamos a hablar a escondidas durante horas, Hoy lo miro con las manos en los bolsillos y de vez en vez tocándome la nariz para calentarla.
Pensaba que mi estado de ánimo es una montaña rusa. De repente estoy arriba, de repente desciendo hacia mis sótanos particulares y no logro percibir más que una fría oscuridad que me absorbe. Justificaciones hay de sobra para que ese mecanismo montaña rusa suceda, pero no me gustan mucho las justificaciones, son unos bichos que no me gusta alimentar, parece que se roban comida por algún orificio de mi cuerpo.
Hace demasiado frío. Me voy. Venus me está esperando cuando me asomo al principio de mi calle. Allí está, como siempre dándome la bienvenida en mis regresos nocturnos con una gran sonrisa.
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