Mirarnos la pelusilla del ombligo, obliga a desempolvar los propósitos que se volvieron despropósitos, las huellas que se sueñan sin llegar a buscar el suelo, y a pesar del resfriado, me quito el abrigo y no siento frío.
Tomarte de la mano y saltar todos los charcos que surjan en el camino. Sin buscarle sentido, razón alguna: dejándonos llevar por nuestros ojos, nuestros pasos, nuestros besos.
Es mirar en aquellas direcciones que quedaron al otro lado de la esquina.
Sucede que: es aprender a buscarnos y encontrarnos como esa media sonrisa que ahora tiene la luna.
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