La luciérnaga que no hubiera tenido sentido sin la oscuridad.
No he visto nada.
No he presenciado el dolor, no he sido testigo de aquellos sueños rotos que quebrantaron corazones bajo un fluorescente blanco.
Nunca presido la mesa redonda y nunca estoy presente en la cena de año nuevo, pero siempre tengo verdades de familia para todos, escondidas en un puño como garbanzos duros. Afiladas como el sable que nunca se desprende del cinto, por si en lugar de herir y escarmentar mato.
No apuñalo, aún cuando puedo hacerlo, no quebranto el cimiento del pilar, no acuso de lo que todos saben, y no llamo delincuente al que lo es. Solo me alejo.
Abrazo con la piedad de la que calla y consiente la hipocresía solo en días festivos, porque como todo el mundo tengo un familiar en el pueblo que cuenta chistes sin gracia, cómo si victima y verdugo comieran del mismo plato e inviertan sus papeles.
Señores y señoras y alabada sea la familia, que este unida tan solo, porque no haya habido un motivo de necesidad de instinto de supervivencia. Alabados, aquellos que desconocen el color de la sangre que hay bajo la piel del parentesco, que en el mejor de los casos, es roja.
Bailo con los ojos cerrados y solo danzo desnuda en casa. En la mía, esperando que el hijo que tendré algún día haga lo mismo al conocerme si por algún motivo le fallo o no le gusto. Porque entonces, si tiene esa capacidad de arrancarse los ojos afrontando sin ver, lo que yo no he visto simplemente por amor, entonces lo habré echo bien.
Eso, eso es el pilar que lo sostiene todo. Aunque yo, como ya he dicho... no he visto nada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario