Lo peor de un asalto no es la pérdida de algunos objetos materiales sino la pérdida de un trozo de ti que huye animado por el miedo.
De pronto hay algo de tu persona que se esconde en lo más profundo de tu alma y que se tapa los ojos y tiembla detrás de las paredes de tu razón.
Puedes pensar sobre lo que te ha pasado, puedes creer que no te afectó, puedes llegar a la conclusión que no fue nada grave, y tendrás razón, pero esa pequeña parte de ti seguirá escondida y con el corazón en un puño cada vez que vea una sombra demasiado cerca de sus espaldas.
Es ese pequeño rincón de inconsciencia que vivía tranquilo al sentirse ajeno a cualquier giro dramático del destino el que ha desaparecido.
El miedo es algo espantoso, una sensación atroz, como una descomposición del alma, un espasmo horroroso del pensamiento y del corazón, y solo recordar provoca estremecerce de angustia.
Y parece absurdo que sea yo misma la que le entregué al ladrón algo que no pedía. No pedía mi miedo; no pedía mi inseguridad; no pedía mi desconfianza; no pedía que mirará mi alrededor con otros ojos a partir de ese momento; sólo pedía bienes materiales y sin embargo fui yo la que le regalé mi trocito de tranquilidad sin que él se enterara.
Siguió sus pasos sereno dejando atrás mi ser tembloroso sin darse cuenta que se iba cargado con un peso de mi alma, ignorante por no conocer que ahora se convertía en un sujeto aún más pobre, un ente que se iba vaciando de sentido en cada paso que daba en su asalto a las almas ajenas.
De pronto hay algo de tu persona que se esconde en lo más profundo de tu alma y que se tapa los ojos y tiembla detrás de las paredes de tu razón.
Puedes pensar sobre lo que te ha pasado, puedes creer que no te afectó, puedes llegar a la conclusión que no fue nada grave, y tendrás razón, pero esa pequeña parte de ti seguirá escondida y con el corazón en un puño cada vez que vea una sombra demasiado cerca de sus espaldas.
Es ese pequeño rincón de inconsciencia que vivía tranquilo al sentirse ajeno a cualquier giro dramático del destino el que ha desaparecido.
El miedo es algo espantoso, una sensación atroz, como una descomposición del alma, un espasmo horroroso del pensamiento y del corazón, y solo recordar provoca estremecerce de angustia.
Y parece absurdo que sea yo misma la que le entregué al ladrón algo que no pedía. No pedía mi miedo; no pedía mi inseguridad; no pedía mi desconfianza; no pedía que mirará mi alrededor con otros ojos a partir de ese momento; sólo pedía bienes materiales y sin embargo fui yo la que le regalé mi trocito de tranquilidad sin que él se enterara.
Siguió sus pasos sereno dejando atrás mi ser tembloroso sin darse cuenta que se iba cargado con un peso de mi alma, ignorante por no conocer que ahora se convertía en un sujeto aún más pobre, un ente que se iba vaciando de sentido en cada paso que daba en su asalto a las almas ajenas.
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