En el intento de huir de mi, tropece conmigo misma y me encontré. Ya he asumido, que soy huerfana, que camino sola frente a un mundo que siente que yo estoy frente a él, y que también está solo, ya he aprendido que hay noches en las que no hay ni siquiera eco, ya he aprendido a sufrir menos tiempo cuando veo desmoronarse un castillo de naipes.
He aprendido a ponerme sola los zapatos, y aflojar el mismo cordon que me ahoga cuando aprieta demasiado, he aprendido a equilibrar emociones cuando estoy a punto de romperme.
He aprendido a querer a la gente sin necesitarla, ha estar con ellos solo porque quiero, o porque quieren sin ningun tipo de intercambio absurdo o egoista movidos por el temor a la soledad.
He aprendido a no pedir, a no mendigar pan para el alma, abrir los brazos y a desenvolver paquetes de regalo, a mirar la tapa del yoghur donde ponen la fecha de caducidad, y a comerlo de todas formas.
Me he acostumbrado abrir la nevera de mi corazón cuando esta lleno, y a cerrarla e irme a dormir cuando sus estantes estan vacíos, porque durmiendo no hay hambre.
A veces me asomo al filo de mi trapecio y pienso; si el se salvo de un séptimo, yo de un segundo ni lo intento, si saltara le pondría la victoria demasiado fácil a la muerte, esto es una cuestion de orgullo.
Y me mantengo en pie, con las piernas temblorosas. Sin duda también he aprendido a morir sin tener que matarme, para poder sentirme viva de nuevo, como quien da de nuevo una bocanada de aire, como si yo misma fuera la bomba hidraulica de mi alma, que renueva la sangre que bombea, sin que se estanque ni se enturbie.
Eso no me asusta.
Miro a mi alrededor y veo que la gente tiene miedo a querer, yo en cambio a querer a alguien no le tengo miedo, a lo que le tengo miedo es a no saber dejarme querer.
Dejarme querer es una de esas cosas que uno tiene en la agenda donde se anotan las tareas pendientes, es algo que aún no he aprendido, eso me da más miedo que estar loca, tal vez porque me he acostumbrado al trapecio, a vivir con el pie buscando el equilibrio en la cuerda floja.
Tener los dos pies en el suelo es lo que más deseo y lo que más me aterra, tengo miedo de volverme un marinero, de esos que a fuerza de navegar por costumbre solo se marean, cuando están en tierra por fin dejan de sentir ese tambaleo lo extrañan.
He aprendido a ponerme sola los zapatos, y aflojar el mismo cordon que me ahoga cuando aprieta demasiado, he aprendido a equilibrar emociones cuando estoy a punto de romperme.
He aprendido a querer a la gente sin necesitarla, ha estar con ellos solo porque quiero, o porque quieren sin ningun tipo de intercambio absurdo o egoista movidos por el temor a la soledad.
He aprendido a no pedir, a no mendigar pan para el alma, abrir los brazos y a desenvolver paquetes de regalo, a mirar la tapa del yoghur donde ponen la fecha de caducidad, y a comerlo de todas formas.
Me he acostumbrado abrir la nevera de mi corazón cuando esta lleno, y a cerrarla e irme a dormir cuando sus estantes estan vacíos, porque durmiendo no hay hambre.
A veces me asomo al filo de mi trapecio y pienso; si el se salvo de un séptimo, yo de un segundo ni lo intento, si saltara le pondría la victoria demasiado fácil a la muerte, esto es una cuestion de orgullo.
Y me mantengo en pie, con las piernas temblorosas. Sin duda también he aprendido a morir sin tener que matarme, para poder sentirme viva de nuevo, como quien da de nuevo una bocanada de aire, como si yo misma fuera la bomba hidraulica de mi alma, que renueva la sangre que bombea, sin que se estanque ni se enturbie.
Eso no me asusta.
Miro a mi alrededor y veo que la gente tiene miedo a querer, yo en cambio a querer a alguien no le tengo miedo, a lo que le tengo miedo es a no saber dejarme querer.
Dejarme querer es una de esas cosas que uno tiene en la agenda donde se anotan las tareas pendientes, es algo que aún no he aprendido, eso me da más miedo que estar loca, tal vez porque me he acostumbrado al trapecio, a vivir con el pie buscando el equilibrio en la cuerda floja.
Tener los dos pies en el suelo es lo que más deseo y lo que más me aterra, tengo miedo de volverme un marinero, de esos que a fuerza de navegar por costumbre solo se marean, cuando están en tierra por fin dejan de sentir ese tambaleo lo extrañan.
3 comentarios:
Hola Coral!
Me encanta cómo escribes!
Saludos
... si te sobra un ratito:
http://hagamoselmundomejor.blogspot.com/
dejarse querer...que importante!
Un abrazo Coral!
Coral... Realmente muy bellos pensamientos.
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