miércoles, junio 10, 2009

EL OTRO TEMPLO

Antes, cada quien se limpiaba de pecados en el templo, soltaba la blasfema y tras el arrepentimiento de lo ocurrido corría a confesarse, a liberar frente a su confesor el delito de sentirse solo y la necesidad de ser escuchado sin omisión.
Ahora, el lugar del cobijo, el arcen de paso y el purgatorio de corazones desarmados se esconde tras el letrero a veces luminoso y aguarda bajo el circulo que deja un vaso donde ya se ha desecho el hielo de un tequila o un Jack Daniels aguado. Taburetes que viven de almas perdidas que encuentran sobre el asiento el refugio en noches donde la luna tal vez esta demasiado llena.
Se sirven soledades, podría leerse en la carta de bocadillos fríos, todos ríen y brindan con un pequeño vaso o caballito tequilero, luego esnifan su propia tristeza escondidos de algo que no es mas que su propio infierno, arrodillados frente a la tapa del wisky y salen de ahí ocultos tras una frágil sonrisa que se rompe y se quiebra en la segunda frase de una conversación. También rie el cornudo, el abandonado y el que tiene un hijo al que hace años que no ve.
Un escenario donde cada vez que avanza el minutero, tras cada acto se vuelve mas pintoresco y mas desolador. Cuerpos que vendieron su alma al diablo y que intentan recuperarla en la reventa.
Desenroscan el tapon mientras miran el reloj, y dejan caer el líquido que hace crujir el hielo, como si fueran el doctor que da remedio y ameniza el dolor del enfermo, como si para curar echaras alcohol en la herida siempre abierta.
Luego vuelven a casa, porque tienen que volver alguna parte y en su propia cama añoran un hogar, el que no tienen... lloran al alba y se arrepienten de toda la noche, del dinero que se quemo en la barra del bar, de aquello que te contaron...

A la noche siguiente vuelven más serios que de costumbre, tu ya sabes lo que tienes que ponerles... son de la casa. La discreción les dura hasta la tercera copa y el bar vuelve a convertirse en una iglesia, que siempre tiene sus puertas abiertas, y la falsa alegría les dura hasta que empiezas a barrer los pedazos de corazones rotos o ha colocar los taburetes sobre la barra... y las sillas sobre la mesa.
Apagas las luces y por alguna extraña razón siempre le echas un último vistazo al bar antes de echar la llave y no... no hay nadie.

2 comentarios:

I. Robledo dijo...

Ay, "se sirven soledades..."

Ay, ay ...

Saludos, amiga

Voz Ruda dijo...

Un texto profundo y desgarrador al mismo tiempo.
Y la mano que cierra la puerta del bar, habla por experiencia.

Muy bueno.

Saludos Coral!